Capítulo 10
Sin embargo, pensó el Cónsul, no era simplemente que no debiese, no era sólo eso, no; más bien era como si hubiera perdido o extraviado algo o, mejor dicho, no perder precisamente, no extraviar por fuerza. Era más como si estuviera esperando algo, y luego, como si volviera a no esperar.

Malcolm Lowry


[…] había acudido ligero, con paso rápido y en aquel estado de ánimo en que ciertamente se despierta el ángel de Baudelaire, deseoso tal vez de esperar trenes, pero no de esperar a los trenes que se detienen; porque en la mente del ángel no hay trenes que se detengan, y de tales trenes nadie baja, ni siquiera otro ángel, ni siquiera un ángel rubio…

Malcolm Lowry


¡Qué cuerdo había sido al tomarse un mezcal! ¡Qué cuerdo! Porque era la bebida indicada, la única que debía tomar en tales circunstancias.

Malcolm Lowry


Pero sin mezcal, imaginó, se había olvidado de la eternidad, se había olvidado de su viaje al mundo, de que la tierra era una nave fustigada por la cola del Cabo de Hornos y condenada a no llegar nunca a su Valparaíso. O que era cual una pelota de golf lanzada a la Mariposa de Hércules que un gigante asomado a la ventana de un manicomio en el infierno pescaba caprichosamente al vuelo.

Malcolm Lowry


Casi hasta la mala poesía es mejor que la vida, podía estar diciendo la confusión de voces mientras él bebía ahora la mitad de su copa.

Malcolm Lowry


El Cónsul ascendió los escalones con dificultad. Un pequeño cuarto ocupado por una enorme cama metálica. Rifles enmohecidos en una percha de la pared. En un rincón, ante la diminuta Virgen de porcelana, ardía una veladora. Vela sacramental en realidad, derramaba en el cuarto un mortecino resplandor rubescente al través del cristal y formaba un amplio cono amarillo que temblaba en el techo: la mecha ardía débilmente. 
—Míster —temblando, Cervantes apuntó hacia ella—. 'Señor'. Mi abuelo me dijo que nunca la dejara apagarse —lágrimas de mezcal aparecieron en los ojos del Cónsul y recordó algo que aconteció en la parranda de la noche anterior cuando, acompañado del doctor Vigil, fueron a una iglesia de Quauhnáhuac que no conocía y en la que había oscuros gobelinos y extraños ex-votos pintados, una Virgen piadosa que flotaba en la penumbra, a la cual rogó con el corazón palpitante de pesadumbre para que Yvonne volviera. Sombrías figuras, trágicas y aisladas, merodeaban en la iglesia o permanecían de hinojos... sólo los desamparados y los solitarios iban allí. 
— Es la Virgen de los que no tienen a nadie —dijo el doctor acercando la cabeza a la imagen—. Y de los marineros que están en alta mar —luego se arrodilló en la mugre y colocando junto a sí su pistola (porque el Dr. Vigil iba siempre armado a los bailes de la Cruz Roja) en el piso, dijo con tristeza—: Nadie viene aquí, sólo los que no tienen a nadie.

Malcolm Lowry


—Nada ha cambiado, y a pesar de la misericordia de Dios, sigo estando solo. Aunque mi sufrimiento parece no tener sentido, sigo agonizando. No hay explicación para mi vida —no la había por cierto, ni tampoco era esto lo que había querido expresar—. Por favor, que Yvonne logre aquello con lo que ha soñado... ¿soñado?... una nueva vida conmigo... permíteme creer, por favor, que no todo es un abominable engaño de nosotros mismos —trató...—. Permíteme, por favor, hacerla feliz, líbrame de esta horrenda tiranía de mí mismo. Me he hundido muy bajo. Permíteme hundirme aún más para que así pueda llegar a conocer la verdad. Enséñame a amar de nuevo, a amar la vida —tampoco eso serviría...— ¿En dónde está el amor? Permíteme sufrir en verdad. Devuélveme la pureza, el conocimiento de los Misterios que he traicionado y perdido. Haz que me quede de veras solo para que pueda orar honestamente. Permítenos volver a ser felices en alguna parte, pero juntos, aunque sea fuera de este terrible mundo. ¡Destruye el mundo! —clamó desde lo profundo de su corazón. Los ojos de la Virgen miraban hacia abajo en señal de bendición, pero tal vez no había escuchado.

Malcolm Lowry


El Cónsul bajó al fin los ojos. ¿Cuántas botellas desde entonces? ¿En cuántos vasos, en cuántas botellas se había escondido, solo, desde entonces? De pronto las vio, botellas de aguardiente, anís, jerez, Highland Queen, las copas, una babel de copas — que ascendía como el humo del tren aquel día— construida hasta el cielo y que luego se derrumbaba y los vasos se volcaban y rompíanse y rodaban cuesta abajo por la pendiente de los Jardines del Generalife, las botellas se quebraban, botellas de oporto, tinto, blanco, botellas de Pernod, Oxygenée, ajenjo, botellas que se hacían añicos, botellas desechadas que caían con golpe seco en los terrenos de los jardines, bajo las bancas, camas, butacas de cine, ocultas en cajones de los consulados, botellas de Calvados que al caer rompíanse o se hacían añicos, las que caían en montones de basura, las que eran arrojadas al mar, al Mediterráneo, al Caspio, al Caribe, botellas que flotaban en el océano, escoceses muertos en las montañas del Atlántico, y ahora las veía, las olía a todas ellas, desde el principio: botellas, botellas, botellas y copas, copas, copas de amargo Dubonnet o de Falstaff, rye, Johnny Walker, Vieux Whiskey blanc Canadien, aperitivos, digestivos, demis, los dobles, los noch ein Herr Obers, los et glas Araks, tusen taks, las botellas, las hermosas botellas de tequila y las ollas, ollas, ollas, los millones de ollas de hermoso mezcal... El Cónsul permaneció sentado completamente inmóvil. Su conciencia resonaba apagada por el estrépito del agua. Golpeaba y gemía con la brisa espasmódica en torno al armazón de madera de la casa, amontonaba, con los nubarrones de tempestad que se veían desde las ventanas por encima de los árboles, sus atalayas. ¿Cómo podía encontrarse a sí mismo, comenzar de nuevo, cuando, en algún lugar, tal vez, en una de aquellas botellas rotas o perdidas, en una de esas copas, se hallaba, para siempre, la clave solitaria de su identidad? ¿Cómo volver atrás y buscar ahora, husmear entre los vidrios rotos bajo los eternos bares, bajo los océanos?

Malcolm Lowry


Me encanta el infierno. Se me hace tarde para regresar a él. De hecho, voy corriendo, ya casi estoy de vuelta en él.

Malcolm Lowry