Capítulo 3
—Mira: cuán extrañas, cuán tristes pueden ser las cosas familiares. Toca este árbol que antaño fuera tu amigo: ¡ay, que aquello que ha llevado tu sangre pueda convertirse en algo tan extraño! Mira ese nicho en el muro, allí, en la casa, donde Cristo sigue inmóvil, sufriendo, y te ayudaría si se lo pidieras: no puedes pedírselo. Considera la agonía de las rosas. Mira en el césped los granos de café de Concepta (solías decir que eran de María) secándose al sol. ¿Puedes reconocer aún su dulce aroma? 

Malcolm Lowry 


[…] y, por un momento, Yvonne y el Cónsul permanecieron en el porche, mudos ambos —sin enlazar sus manos pero sí rozándoselas—, como si no estuvieran lo bastante seguros de no estar soñando, cada cual separado del otro en su lejano lecho desolado, sus manos sólo fragmentos arrastrados por el vendaval de sus recuerdos, temerosos a medias de unirse y, no obstante, tocándose por encima del mar que ulula en la noche.

Malcolm Lowry


Tal vez sólo era el alma, pensó emergiendo lentamente de la estricnina para llegar a una especie de indiferencia y discutir con Lucrecio, la que envejecía, mientras que el cuerpo era capaz de renovarse muchas veces, a menos que hubiese adquirido un inalterable hábito de senectud.

Malcolm Lowry


Seguía el tic-tac de la piscina. ¿Podría bañarse en ella un alma y quedar limpia o apagar su sed?

Malcolm Lowry 


Pero fíjate, supón, por ejemplo, que abandonas una ciudad sitiada al enemigo, y luego, de una u otra manera vuelves a ella no mucho después (hay algo que no me gusta en mi analogía, pero no importa, supón que lo haces) luego entonces no puedes esperar que tu alma visite las mismas frescas alamedas, o encuentre las mismas bienvenidas aquí y allá, ¿no lo crees? 

Malcolm Lowry


Era sin duda la ausencia casi palpable de la música lo que no obstante hacía parecer tan extraño que los árboles se mecieran conforme a su ritmo, ilusión que envolvía de horror no sólo al jardín, sino también a las llanuras en lontananza y a toda la escena ante sus ojos: el horror de intolerable irrealidad. Esto no debe ser muy distinto, se dijo, de lo que sufre algún loco en aquellos momentos en que, sentado benignamente en los patios del manicomio, la locura cesa de súbito de ser un refugio y encarna en el cielo que se hace añicos y en todos sus alrededores, en presencia de lo cual, la razón, ya enmudecida, sólo puede bajar la cabeza. ¿Acaso encuentra solaz el loco en tales instantes, cuando sus pensamientos estallan como balas de cañón al través de su cerebro en la exquisita belleza del jardín del manicomio o en las colinas cercanas, más allá de la terrible chimenea? 

Malcolm Lowry


 ¿Cómo ha de convencer el hombre asesinado a su victimario que no lo asediará?
 
 Malcolm Lowry


¡No había en el mundo cosa más horrible que una botella vacía! Salvo un vaso vacío. 

Malcolm Lowry