Capítulo 12
Sin embargo, el sitio no estaba en silencio. Lo invadía aquel latido: el tictac de su reloj de pulsera, de su corazón, de su conciencia, de algún otro reloj.

Malcolm Lowry


El Cónsul observó con cuidado todas estas cosas. Exhalando largos suspiros de glacial alivio, contó los palillos. Aquí estaba a salvo; era éste el lugar que amaba: el refugio, el paraíso de su desesperación.

Malcolm Lowry


¿Qué es un alma perdida? Es la que se ha desviado de su verdadera senda y anda a tientas en la oscuridad de los caminos del recuerdo...

Malcolm Lowry


Se restregó los ojos y se puso a buscar sus cigarrillos: ¡Alas!, la trágica palabra zumbó en el cuarto cual bala que le hubiese atravesado.

Malcolm Lowry


En la Columbia Británica, en el Canadá, en el frío lago Pineo donde mucho ha su isla habíase convertido en selva de laurel y alcandía, fresas silvestres y acebo de Oregón, recordó la extraña creencia que tienen los indios de que un gallo canta ante el cuerpo de un ahogado. ¡Qué horrenda confirmación la de aquella noche plateada hacía muchos años cuando, fungiendo como Cónsul de Lituania en Vernon, acompañó al grupo de salvamento en el bote, y el gallo salió de su marasmo para cantar siete veces con estridente grito! Al parecer, las cartas de dinamita no habían perturbado nada; remaban lúgubremente hacia la orilla en la bruma crepuscular, cuando vieron de pronto en el agua algo que sobresalía y que a primera vista les pareció un guante: la mano del lituano que se había ahogado.

Malcolm Lowry


Sentíase libre para devorar en paz lo que le quedaba de vida.

Malcolm Lowry


Sí, pero aunque lo hubiera deseado, anhelado, este mismo mundo material, por ilusorio que fuese, pudo haberse convertido en aliado para indicarle el buen camino. En este caso no habría habido recurrencia, por medio de voces irreales y engañosas y formas de disolución que cada vez se asemejaban más a una sola voz, a una muerte más muerta que la muerte misma, sino una infinita dilatación, una infinita evolución y extensión de límites, en que el espíritu era una entidad, perfecta e íntegra: ¡ah! ¿quién sabe por qué fue ofrecido al hombre —por acosada que fuese su suerte— el amor? Y sin embargo, tenía que enfrentarse a ello: había caído, caído, caído hasta... pero ahora mismo se percataba de no haber llegado enteramente hasta el fondo. Todavía no era el fin completo. Era como si su caída se hubiese detenido sobre un estrecho borde, borde desde el que no podía subir ni bajar, y sobre el cual yacía bañado en sangre y medio aturdido mientras que allá abajo, en las lejanas profundidades, aguardaba bostezando el abismo.

Malcolm Lowry


El Cónsul sacó el paquete azul de cigarrillos con alas impresas: ¡Alas! Volvió a levantar la cabeza; no, estaba donde estaba y no tenía adónde huir. Y fue como si un perro negro se le hubiese subido a la espalda para mantenerlo en la silla.

Malcolm Lowry


Consultó su reloj: seguían siendo las siete menos cuarto. También el tiempo, intoxicado de mezcal, volvía a fluir circularmente sobre sí mismo.

Malcolm Lowry


—¿'Quiere usted la salvación de México'? ¿'Quiere usted que Cristo sea nuestro Rey'?
—No...

Malcolm Lowry